Copa América Centenario Messi contra los fantasmas de Boston Argentina enfrenta a Venezuela en Boston, donde Maradona dio positivo en el control anntidoping y jugó su último partido en la Selección.
Diego Maradona es asesor de la FIFA; de Susan Carpenter se perdió el rastro; Alfio Basile está retirado, Miguel del Sel es embajador en Panamá y lo último que se sabe de Daniel Cerrini es que regenteaba gimnasios en Miami. Argentina enfrenta hoy a Venezuela en donde Diego Maradona jugó por útlima vez para la Selección, hace 22 años, pero no en el mismo estadio. Aquel Foxboro fue demolido en 2001 luego de que los Patriots ganaran el Super Bowl y el nuevo edificio fue bautizado Gillette Stadium.
Diego haciendo la primera selfie futbolera gritándole a la cámara de TV su gol, el tercero del 4-0 a Grecia, el 21 de junio de 1994. Diego de la mano de Sue Carpenter, luego del 2-1 a Nigeria del día 26, camino al antidoping. Al infierno. Al “me cortaron las piernas”, a la teoría de la conspiración, a la mano que soltó Julio Grondona. A la leyenda, a los fantasmas que siguen vivos. Qué pasó, por qué pasó, qué pena que pasó.
Del Sel, Daddy Brieva y el Chino Volpato, Midachi, animaban las noches de la Selección en el Babson College, donde vivía el plantel. También merodeaban el campo del entrenamiento junto a una masa heterogénea: curiosos, cholulos, directivos de los sponsors y cientos de cronistas porque el fútbol ingresaba decididamente a ser un expectáculos y la convertibilidad favorecía tener “enviados especiales”. Era el “Mundial de las gorritas”, porque a cada entrevista cada futbolista se presentaba con la gorra de su patrocinador.
El equipo era una máquina, se había recuperado de ese período negro nacido con el 0-5 ante Colombia que incluyó el repechaje angustioso ante Australia con el regreso de Maradona y sin controles antidoping. Grecia y Nigeria no podían ser rivales; Bulgaria tampoco si no hubiera sucedido lo que sucedió. Maradona era Nureyev. En las prácticas del Babson solía dar recitales de técnica. Con una pelotita de golf hacía jueguito. Uno, diez, cien, mil toques, con la zurda, con el tobillo de zurda, con el taco de zurda, el hombro, el pecho, la cabeza. La tele traía todo aquello. Quienes lo vimos en vivo, pusimos a prueba nuestra capacidad de asombro.
Maradona ocupaba la habitación 127, con Cerrini, su PF personal. El cuerpo técnico y los médicos Ugalde y Peidró no tenían incidencia. Argentina iba de cabeza a otro título mundial. Parecía.
El propio Diego contó que gritó desencajado el gol a los griegos para responder a las críticas que solía hacer Bernardo Neustadt. A él y al equipo. ¿Cómo olvidar aquella noche en la que Sanfilippo humilló a Goycochea tras la goleada de los colombianos? De aquel gesto se llegó a decir que fue la muestra anticipada de que Maradona jugaba drogado. La gente habla porque es gratis.
Ocurría en todos los partidos pero pasaba inadvertido: los sorteados al antidoping eran esperados por enfermeras. Susan fue más allá. Entró al campo y buscó a Diego. Y Diego la tomó al mano y se fue sonriendo. “El último Maradona”, de Andrés Burgo y Alejandro Wall, detalla aquella tarde. Según el libro, mientras esperaban el fin del partido, Sue le contó a Peidró que estuvo casada con un argentino de apellido Rodríguez, que era fan de Maradona y otras minucias y que el médico le dijo “agarralo a Diego y mañana salís en las tapas de todos los diarios”. Aunque el diálogo con Peidró existió, Sue habría inventado la existencia del tal Rodríguez y que vivía un romance con un cronista argentino, quien al saber que estaría en el Foxboro, le dio la idea de ir por el 10 para tener el autógrafo de Maradona. Vaya a saber.
Doping. Efedrina. Los enviados se enteraron tarde: la mayoría volaba de Boston a Dallas para el tercer partido, ante los búlgaros. Allí, Guillermo Blanco, de la agencia Telam, había dado la primicia mundial y la vida cambió. Al hacer la contraprueba, Peidró detectó fallas en el primer análisis que habilitaban la nulidad del caso. Se lo dijo a Grondona, quien prefirió retirar de la competencia a Maradona.
Hubo ríos de llanto colectivo por el astro caído mientras se hacían posgrados para descubrir las diferencias entre Rappid Fast y Rappid Fuel que Cerrini no supo ver; en demonizar a Sue, en descansar en la épica del “me cortaron las piernas”. Linda frase. Epica. Bajo ella hay cobijo suficiente para eludir responsabilidades. Y dejar con vida a los fantasmas de Boston.
Fuente: Clarín
Sábado, 18 de junio de 2016
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