Fútbol - Eliminatorias 2018 La selección sufrió una derrota histórica y complicó su panorama Derlis González anotó el gol de Paraguay, que nunca le había ganado como visitante en la eliminatoria; Villar le atajó un penal a Agüero; el equipo nacional sigue quinto en la tabla, fuera de los puestos de clasificación directa. CORDOBA - Es una moneda al aire el seleccionado. Evoca a la fortuna, al destino del azar. Suele caer ceca: la Argentina hace un buen rato que extravió la cara. Es un híbrido que corre, se arrastra, patina, trastabilla en el campo de juego. No le funciona casi nada: al arquero le hace cosquillas la inactividad, los zagueros de recambio abren la fortaleza, en lugar de cerrarla; la zona media no quita, no muerde, no juega, no levanta la cabeza y los fuera de serie de arriba, amontonados y sin señal, trotan para los costados, incómodos en el área, lejos de la pelota. Lejos de todo. La Argentina pierde por 1 a 0 contra Paraguay , por primera vez en casa. Es un martirio: ni suerte tiene. Pero hay algo mucho peor.
Peor que Romero, acaso, no pueda convertirse en héroe nunca más. Peor que saber que Demichelis iba a tener problemas de tiempo y espacio. Peor que Banega -el administrador que se exigía- quedara devorado en la hibridez, peor que las corridas estériles o vigorosas de Mascherano, peor que el vértigo infantil de Di María, peor que el juego de las escondidas que ofrece Agüero. El seleccionado no tiene rebeldía, le escapa al compromiso. Tal vez, sea el martirio de las tres finales que no sabe cómo quitarse de encima. Tal vez sea la ingratitud del medio, incapaz de reconocer segundos puestos. Tal vez se caen del mapa porque no hay un plan, un estilo definido, una idea clara de juego. Alguien tiene que poner la mejilla. Inflar el pecho de sus camaradas, vencidos antes de jugar, con la confianza subterránea. Un líder, más allá del juego. Un hombre dispuesto a levantar la bandera.
El gol de Paraguay se ofrece como uno de los tantos desatinos argentinos. Se equivocan todos, en cadena, como un mazo de naipes que se descompensa. Di María, Mascherano, Musacchio y Demichelis aparecen en la fotografía. Un tiro en el palo de Di María parece una migaja. Al menos, en la segunda parte se ofrece otro espectáculo, con más colmillo, con otra velocidad. Justo Villar se agiganta contra Agüero: primero, un penal, luego, un mano a mano. Al menos, es otra Argentina, aunque con la misma inoperancia para convertir.
Los ingresos de Dybala y Pratto provocan mayor consistencia ofensiva, pero son corazonadas individuales, unipersonales con pimienta que no sólo convierten al arquero guaraní en figura impensada: también define en la balanza imaginaria de los merecimientos que el equipo nacional no debería estar perdiendo. Sin embargo, la moral argentina está tan en baja que el resultado es una consecuencia de su estado de ánimo. No le sale ni cuando anota: el tanto de Marcos Rojo no debió ser anulado por off side.
Edgardo Bauza también es parte del embrollo. Ya no puede, a esta altura, señalar a la pesada herencia: no convenció al plantel, no le imprimió una fórmula, amontonó intérpretes audaces sin sentido. De los cuatro partidos, sólo en uno, en el primero, contó con Leo Messi . El único que ganó. Es una ventaja sustancial para los adversarios, aunque a esta altura resulta una carga seria. La Pulga es el mejor del mundo, pero no es un salvador. Es un genio terrenal, que también habría sufrido dentro de una estructura pesimista, estática en un primer momento y enloquecida en el tramo final.
La derrota es un martillazo. A esta altura, da igual que no la haya merecido: aunque empastillado, este equipo es un dolor de cabeza. Que debe hacer cuentas, que ahora debe jugar con Brasil. Que no permite una rendija a la esperanza: ni la vuelta de Messi puede transformar a un seleccionado que juega condenado a la nada.
Fuente: Canchallena
Miércoles, 12 de octubre de 2016
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