Testimonio de un millonario El arte de hacer dinero Jorge Pérez, el magnate del real estate de Miami que nació y vivió en la Argentina, es el único latino que integra el Forbes 400. Tiene un patrimonio de US$ 1.550 millones y cuenta por qué este es su mejor momento. Abre la puerta principal con el saco en la mano, cruza el hall central de su mansión de 950 m² en el exclusivo barrio privado Hughes Cove, en el corazón de Coconut Grove. Camina directo a la sala contigua para saludar a su mujer, Darlene Boytell, con un beso e invita limonada y snacks antes de sentarse en un sillón que mira al mar. Jorge Pérez (63), más conocido como el rey de los condominios en Estados Unidos, fundador y CEO de The Related Group, se disculpa por llegar casi veinte minutos tarde a la entrevista con FORBES. Son las tres de la tarde de un miércoles de septiembre, el termómetro marca 37 grados y el tránsito es lento en Miami.
El propietario de la desarrolladora inmobiliaria más grande de Florida, que construyó 400 edificios desde 1979, está cansado y no lo disimula. Hace días que duerme poco, se acuesta tarde y madruga para atender nuevos negocios, asistir a multitudinarias presentaciones de tres de sus 40 emprendimientos en desarrollo y recibir a sus socios internacionales, entre los que está el francés Philippe Starck. El reconocido arquitecto y diseñador llegó a la ciudad costera del sur estadounidense para concurrir a la fiestas de lanzamiento de SLS Brickell Hotel & Residences, uno de los proyectos en que intervino en Miami.
Pérez sufre el cansancio, pero no se queja. Sabe que ese exceso de compromisos laborales es consecuencia del éxito que está viviendo. Y lo celebra. Más aún después de haber tenido que atravesar dos años consecutivos de crisis financiera, entre 2008 y 2010. La misma que destruyó millones de puestos de trabajo, se tragó compañías enteras, derrumbó gran parte de la industria del real estate global, y le arrebató US$ 2.000 millones de su compañía y unos US$ 300 de su bolsillo. El estrés por las pérdidas económicas no sólo le generó disgustos. En medio de la crisis el empresario padeció un cáncer de páncreas que logró superar con la ayuda de su esposa gastroenteróloga, una intervención quirúrgica y un intensivo tratamiento.
El empresario come un pretzel, se acomoda los puños de la inmaculada camisa blanca que viste debajo de un chaleco gris estilo inglés y se afloja la corbata azul marino. Se prepara para responder preguntas. Tiene una hora libre antes de que llegue otro periodista. Es noticia desde que apareció la nueva lista Forbes 400 en EE. UU.: Pérez es el único multimillonario de origen latino que integra el ranking de los norteamericanos más ricos. La novedad es que escaló diez posiciones en doce meses. Ocupa el puesto 350, con una fortuna de US$ 1.550 millones.
“Este es el mejor año, en todo sentido. El mercado inmobiliario está mejorando en el país. A Miami le está yendo espectacularmente bien”, dice. Sonríe y enumera sólo algunos de los edificios de lujo que su compañía edifica. Una de las claves de su reciente éxito fue comenzar a vender condominios sin hipotecas bancarias. El modelo argentino lo ayudó. Ahora comercializa sus proyectos en boca de pozo. “Es una forma segura y aleja a los especuladores”, agrega.
En sociedad con Stephen Ross, un desarrollador neoyorquino que también integra la nómina de multimillonarios, Pérez administra un portfolio de negocios que supera los US$ 10.000 millones en Estados Unidos, México, Panamá, Uruguay y Brasil. De padres cubanos, este magnate de sangre latina y educación anglosajona nació en la Argentina en 1950. Su padre era directivo de un laboratorio estadounidense que llegó a Buenos Aires en esa década. Pérez vivió en La Lucila hasta los diez años, cuando su padre tuvo que trasladarse a Colombia. En 1960 la familia Pérez se mudó intempestivamente a Bogotá, ciudad en la que Jorge completó sus estudios secundarios. Y fue recién durante la revolución cubana que se radicó en Miami, luego de que el gobierno de Fidel Castro confiscara sus propiedades.
A mediados de los ‘60 se convirtió en ciudadano norteamericano e inmediatamente consiguió una beca en la Universidad de Michigan, de la que egresó con dos licenciaturas: Sociología y Planeamiento Urbano.
Ya recibido, Pérez regresó a Miami a buscar trabajo. Tenía apenas 26 años cuando asumió la jefatura del área de viviendas de interés social de la municipalidad de esa ciudad. Se convirtió en un especialista y se cansó de asesorar a desarrolladores; y de analizar y aprobar licitaciones que habilitaban a empresarios a construir casas que luego alquilaban a familias de bajos recursos y por las que recibían abultados subsidios estatales con los que luego hacían negocios aún más prósperos.
Durante esos años vio nacer y crecer fortunas ajenas hasta que quiso tener la propia. Renunció a su empleo municipal y alquiló una oficina en el antiguo downtown de Miami que compartió con un contador independiente. El conocimiento, la experiencia y un puñado de dólares lo ayudaron a pegar el salto. Su habilidad para relacionarse y su mentalidad visionaria hicieron el resto.
“Jorge siempre fue un visionario para los negocios. Ese es su don. Ha logrado desarrollar zonas de Miami que estaban abandonadas, como Brickell”, cuenta Carlos Rosso, arquitecto argentino, mano derecha de Pérez y responsable de la división Condominios en The Related Group. Según Rosso, una de las estrategias de su jefe es presentar a las autoridades municipales proyectos con mejoras notables de los espacios públicos. Los gastos de esa revalorización de las zonas urbanas en las que edifica The Related Group corren por cuenta de Pérez y su socio. Los alcaldes de cada ciudad, agradecidos.
Cuando comenzó a trabajar para construir viviendas de interés social, una de sus tres unidades de negocio, Pérez concursó en cuanta licitación pudo, y ganó muchas. Perdió otras en compulsas con Stephen Ross, el mismo que con el tiempo se convertiría en amigo íntimo y socio. Hoy dirigen la compañía, en la que comparten el paquete accionario en partes iguales; controlan una porción del equipo de fútbol americano Miami Dolphins y ambos son ex alumnos de la Universidad de Michigan.
También comparten el gusto por la filantropía: Ross acaba de legar US$ 300 millones a esa casa de estudios, y Pérez cedió US$ 45 millones al nuevo museo de arte de Miami. “La inversión que hice para edificar el museo fue la mayor que Estados Unidos recibió de un latino en toda su historia. Quiero inspirar a otros a que lo imiten”, dice el magnate. El Pérez Art Museum Miami (PAMM) está en construcción y abrirá sus puertas el 4 de diciembre. Su nombre se destacará en la marquesina principal y su colección privada, de más de 400 cuadros, estará distribuída y exhibida en sus salas. “Se combinará con obras de artistas invitados y se clasificará temáticamente. Es una colección muy rica e interesante, una de las más variadas que vi en mi vida”, opina Tobias Ostrander, curador y director cultural del PAMM.
Pero esas donaciones parecieran no ser suficientes para este desarrollador, amante del arte contemporáneo y mecenas de jóvenes artistas. Pérez entregó cheques por un total de US$ 100 millones que contribuyeron con programas educativos, para combatir el cáncer y a causas relacionadas con la medicina, el área de interés de su mujer. “Hago donaciones todos los años para diferentes causas, tanto a título personal como corporativo, a través de mi fundación (Pérez Family Foundation), que quiero profesionalizar. Estoy buscando a dos personas para que se aboquen a clasificar pedidos de ayuda en función de la necesidad y de la urgencia”, dice.
El empresario tomó conciencia de la importancia de dar parte de lo que tiene en una comida que compartió con Bill Gates y Warren Buffett. Admite que ese día sus colegas lo convencieron para que sea más generoso con su fortuna. Y así fue como se unió a The Giving Pledge el año pasado. Pérez es hoy el único latino miembro de esa organización, fundada por Bill y Melinda Gates, conformada por 102 multimillonarios que se comprometieron a donar la mitad de su dinero antes de morir. “Este tema me interesa mucho. Suelo conversar de esto con mis amigos y colegas. Trato de concientizarlos”, comenta.
¿Por qué no hay más latinos interesados en The Giving Pledge?
Creo que es un tema cultural. En Estados Unidos y en países de Europa y Asia hay una conciencia muy desarrollada de la importancia que tiene devolver a la comunidad parte de lo que uno ganó. En mi caso, le debo mi educación y mi fortuna a Estados Unidos, el país que me dio la oportunidad. Por eso invierto y hago donaciones aquí en primer lugar. Pero algún día me gustaría extender la ayuda a otros países.
¿Pensó en convocar a millonarios de América Latina para que se sumen a la iniciativa de Gates? ¿O en formar una agrupación regional similar?
Es una buena idea. Pero tendría que tratar de persuadirlos dando el ejemplo. Pedir a alguien que done su fortuna es delicado. Recuerdo que una vez un colega me respondió: “Pero si no estoy peleado con mi dinero, entonces, ¿por qué querría darlo, Jorge?”. Pérez viaja seguido a Buenos Aires. Entre tres y cuatro veces por año. Le gusta recorrer ArteBA para comprar obras de artistas nóveles. Ni bien pisa suelo argentino aprovecha para visitar a amigos locales. “Hablo mucho con Eduardo Costantini, con quien estoy siempre en contacto y comparto la pasión por el arte. Conversamos sobre filantropía y posibles negocios. Somos buenos amigos, hasta hemos compartido un Año Nuevo en su casa de Punta del Este”, dice el empresario, que veranea en esa ciudad uruguaya en temporada alta.
El rey de los condominios de lujo es ciudadano estadounidense, pero se siente argentino y lo dice cada vez que puede. Lo paradójico es que varias veces intentó invertir, sin éxito, en el país que lo vio nacer. “Siempre me fue difícil entrar en el mercado argentino. Tuve proyectos en carpeta que no terminaron por despegar”, cuenta. Y enseguida enumera algunos emprendimientos frustrados: el barrio residencial planificado sobre un terreno de 70 hectáreas en lo que fue la Ciudad Deportiva, entre la Reserva Ecológica y la Dársena Sur, en La Boca; y un hotel de lujo en Puerto Madero.
En 2003, Pérez y Eduardo Elsztain se asociaron para edificar 30 torres residenciales y un complejo deportivo frente al río. Para el magnate estadounidense ese desarrollo, que requeriría una inversión de US$ 700 millones, iba a ser tan emblemático en la industrial del real estate que pensó en invitar a sus colegas estadounidenses. Según él, hasta Donald Trump hubiera aceptado participar del proyecto, que finalmente el Congreso argentino no aprobó.
Tres años más tarde, Pérez intentó comprar el predio en el que la desarrolladora de las torres Le Parc, Raghsa, iba a levantar un hotel Saint Regis y ahora proyecta hacer un edificio de oficinas. “Era socio de un grupo inversor chileno que se disolvió antes de concretar esa operación”, explica el empresario, que terminó invirtiendo en Uruguay, en la zona esteña de Laguna Escondida.
¿Volvería a intentar invertir en Buenos Aires?
La Argentina es siempre un signo de pregunta. En este momento hay mucha incertidumbre, por lo que el país se convirtió en un mercado secundario para el inversor internacional. El problema es regional: los países latinoamericanos no tienen la transparencia que tiene Estados Unidos para hacer negocios.
Sus competidores le reconocen un talento especial para detectar negocios sustentables en lugares inhóspitos. Sus colaboradores también admiten su habilidad a la hora de negociar y su capacidad para edificar proyectos colosales en poco tiempo.
Tal vez porque Pérez conoce sus capacidades, no se apura a tomar decisiones. Siempre manifestó públicamente su interés por construir en la Argentina, pero no está convencido de hacerlo ahora. “Antes de invertir analizo todo: la devaluación monetaria, la inflación, la situación político-económica de cada mercado. Cuando cierro negocios en países de la región, como Brasil, los márgenes de ganancia tienen que superar a los habituales. De lo contrario, no tiene sentido correr riesgos. Y en la Argentina hoy ese porcentaje es menor al de Estados Unidos”, explica el CEO de la compañía que está edificando torres de condominios en San Pablo.
Pero esa imposibilidad que tiene en los negocios no lo inhibe para comprar arte argentino. Todo lo contrario. Cada vez que puede, Pérez invierte varios miles de dólares en obras de artistas nacionales con talento, consagrados y otros que recién comienzan. Eugenio Cuttica y Guillermo Kuitca son dos de sus preferidos.
Como hizo Costantini con el Malba en los ‘90, decíamos más arriba que Pérez trasladó 400 cuadros de su colección personal, conformada por más de 500 obras, al nuevo museo de Miami, y repartió el resto en sus casas de Uruguay y Miami y en algunos de sus desarrollos inmobiliarios. “Nunca vendí un cuadro y pienso seguir comprando, sobre todo para decorar los desarrollos”, anticipa el empresario, que recorre el mundo en busca de los artistas más jóvenes que –según dice– tienen obras “misteriosas” y más innovadoras. Pérez destina entre US$ 500.000 y 2 millones por año al arte. Compra principalmente cuadros, pero usualmente se queda con lo que le gusta. “Estoy atrás de una obra de Alex Katz, un artista figurativo estadounidense ya consagrado. Quiero un cuadro específico, pero sus precios subieron mucho en el último tiempo, incluso más que los del real estate”, calcula el empresario, que quiere la obra para colocarla en su casa de fin de semana, que construye frente a Biscayne Bay. Ahí también mudará varios cuadros que, a simple vista, sobran en su casa de Hughes Cove. Esa mansión de dos plantas, frente al océano, que no llama la atención por el lujo sino por el color maíz de sus paredes externas. La residencia Pérez, de estilo colonial y emplazada en un terreno de más de una hectárea, parece un museo viviente.
En el hall de entrada hay que sortear esculturas de artistas contemporáneos para ingresar a una de las salas principales. La decoración pasa casi desapercibida; es que el arte la opaca. Los Pérez son dueños de hasta un Botero original, pero no hay objetos de consumo lujosos ni muebles ostentosos a la vista. Ese estilo de vida lleno de comodidades, aunque sin excesos y poco lujo, es parte de la filosofía que absorbió de su padre, el empresario que perdió la herencia durante la revolución cubana.
Pérez quiere legar esa enseñanza a sus hijos. Dice que les da los recursos para que estudien, se formen, pero tienen que trabajar para vivir, él no está dispuesto a mantenerlos. “Cuando mi hijo que hoy tiene 28 años era pequeño, me desafió. Me pidió que gastara dinero en algo que quería porque éramos ricos. Enseguida le aclaré que el dinero no era de él, sino mío, que si quería tenerlo debía esforzarse para ganarlo”, cuenta. Hoy sus hijos mayores estudian y son independientes. Ninguno trabaja con él. “Para que eso ocurra primero me tienen que demostrar que son capaces de hacerlo bien, tienen que presentarme credenciales con experiencias previas”, sostiene.
Pérez se muestra intransigente, pero reconoce que tiene debilidad por los chicos. Quiere nietos, aunque sabe que para eso falta. Mientras tanto, calma su ansiedad educando al menor de sus cuatro hijos, de diez años. Es el único que tuvo con su segunda esposa, Darlene, la mujer que le salvó la vida al detectarle a tiempo, estudio mediante, un tumor cancerígeno en el páncreas. “El susto pasó y él ya está recuperado”, acota ella, que lo acompaña siempre que puede.
Una hora después, Pérez sigue cansado. Trata de animarse porque el día sigue. Tiene más compromisos que le recordarán su éxito.
Viernes, 25 de octubre de 2013
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