Torneo Inicial La razón de ser de Newell’s  El estadio se mueve de lleno al compás del salto de los hinchas felices. Festejan ser del campeón del torneo pasado y del puntero absoluto de este. Deliran por haberle ganado a River. Se felicitan por lo bien que juega el equipo. Pero antes que nada,
Un policía levanta los hombros y dice qué sé yo. No parece el monumento al esfuerzo, pero se toma la gentileza de levantar un dedo y señalar una escalera. “Andá por ahí, capaz que llegás al vestuario”, explica, ya con los brazos, de nuevo, apoyados en su voluptuosa cintura. Los peldaños llegan a un túnel mucho más que silencioso y, de repente, a una luz. Una nube de mosquitos entra por el final del pasillo y explota un sonido ensordecedor. El suelo empieza a moverse y las piernas tiemblan. Cualquiera pensará que se trata de una emoción profunda. Pero no: en una semana se juega el clásico rosarino y desde el campo de juego eso es tremendo. Dementes, locos, enfermos, apasionados, pasionales, enamorados: así parecen todos en el estadio Marcelo Bielsa. Newell’s, que ya no tiene al Tata Martino, que tiene a Maxi Rodríguez con la Selección, hace sonar lo mejor de la música contra un River que no tiene respuestas de tantas trompadas que le tiran. Merece ganar desde el minuto uno. San Lorenzo y Boca no ganaron, dejándolo cada vez más sólo en la punta. Aún así, nada importa: en esta tierra de locos, sólo importa el partido contra Rosario Central de la semana que viene y poco importa el favor de los Canallas, que le robaron puntos en La Bombonera. Esa es la fundamentación de estos locos: una realidad que nadie que no sea parte puede entender. Newell’s hace latir el estadio. No contra River: en todos estos últimos domingos en que Newell’s volvió a ser Newell’s, como cuenta un taxista que se calienta cuando le dicen que ahora son un buen equipo. “Siempre fuimos un buen equipo, hermano, siempre”, anuncia, fastidiado, sabiéndose parte de un fenómeno único: van en busca del bicampeonato, se preparan para sacarse la espina de la Libertadores, tienen al Tata en el Barcelona y hasta están primeros en el torneo de Reserva. Pero qué importa. Al carajo. Si la patria es individual y, en este caso, es la de la batalla contra el vecino. “El rosarino es un argentino exagerado”, dijo alguna vez el escritor Juan Villoro y estuvo acertado. Dentro de ese césped, luego de que pasen tres minutos y unos puñados de segundo para recuperar la conciencia, la cancha se mueve y el control lo tienen los pacientes de este manicomio. Pensarán, algunos, que son una raza de raros: pero el único raro es el que mira eso impresionado. Este es un amor demasiado potente: es un grito demasiado enfermo cuando el reloj marca 57 minutos del segundo tiempo –por el corte de luz el horario se tergiversó– y las gargantas parecen las de un relator para gritar el gol de Víctor López. Y un muchacho con la camiseta roja y negra se para y grita y patea una reja y putea al aire y le canta al que tiene al lado: “Esta es mi pasión, mi enfermedad, yo vivo sólo para vos.” Con los brazos cruzados, Ramón Díaz, que ya miró todo lo posible de mirar en el fútbol, es el tema del hombre solo. Está frenado a un costado del campo y parece un extraño: es el único que no aplaude, que no grita y que no desespera. Pero esto no tiene que tomarse como una prosa exagerada: ojalá algún matemático brillante o una máquina moderna pudiera cuantificar la inmensidad de palmas que laten. Señores: salvo que el fútbol y la patria sean muy injustos, Newell’s ya debería ser campeón. Una semana. Sólo falta una semana para volver a la mayor locura de esta patria futbolera. Hace tres años que no juegan un partido oficial. Será en Arroyito, pero en el manicomio eso importa muy poco: habrá fiesta en el Parque Independencia, aseguran. Y aseguran porque en este mundo de locura y de irrealidad, la razón es ninguna. Porque si existiera razón, las piernas no latirían tanto cuando se ve todo desde adentro de un campo de juego.
Lunes, 14 de octubre de 2013
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