Espectáculos Mad Men, mucho más que un brillante final
La serie marcó un hito e inaugura otra forma de concebir las historias apropiándose de la publicidad como tema.
En el año en el que Los Beatles oficializan su separación; cuando el gobierno de los Estados Unidos sabe que la guerra de Vietnam está perdida pero no cómo salir de allí; en el momento en el que las grandes empresas comienzan a absorber a las pequeñas que tanto lío les provocaron en décadas; ante el avance del hastío por la frustración del sueño incumplido que sólo deja lugar a la fuga del suicidio, el lumpenaje o el retiro a prácticas orientalistas, Don Draper crea la publicidad de la marca más emblemática del capitalismo y salva al mundo de la encerrona a la que los Baby Boomers lo había llevado. Esa primera generación de posguerra, hijos de una prosperidad jamás conocida en la historia, combinados con unos padres horrorizados por dos guerras y una crisis económica sin parangón, habían llevado al mundo a una crisis que todos creían terminal.
Los '60, hablados, conversados, analizados, teorizados, con sus remakes y homenajes por doquier, encontraron en Mad Men su explicación más acabada. No porque la serie haya sido perfecta (que después de todo no hay tal cosa), sino porque el final ideado por Matthew Weiner (su creador, nacido en 1965 y a la sazón guionista de las dos últimas temporadas de Los Soprano) permitió una relectura de todo lo visto y sentido a lo largo de las siete temporadas que duraron ocho años, retrató Tiempo Argentino.
Mad Men inaugura las series de concepto. Así como 24 inauguró nuevas formalidades narrativas y Los Soprano ampliaron las posibilidades del relato introduciendo asuntos cotidianos y costumbrismo en un género tan específico como el mafioso, Mad Men se planta en el punto de vista de la publicidad para contar, antes que la vida, las trayectorias de los personajes en un tiempo. Así, Betty, más allá de su final sin envejecer, simboliza la muerte del ama de casa como se conoció hasta los'60. Peggy es el asomo de la nueva mujer que la décado moldeó, acompañada en igualdad de condiciones por un varón. Joan, su anverso: la imposibilidad, para las de más edad, de convertirse a la nueva feminidad con un tipo al lado. Roger, la jubilación asimilada y feliz, ideario de la su generación, que estuvo en la Segunda Guerra, y así se despide. Pete, el regreso a la normalidad luego de las descarrío al que unos años enloquecedores llevaron a las mayorías silenciosas. Don, el sistema mismo: puede fallar, pero siempre recompone.
Por eso no hay fatalidades ni glorias. Ellas no son hijas de las trayectorias; Mad Men aprecia las secuencias que hacen a la película. Casi nadie, al ver su vida en perspectiva (incluso quien apenas ha superado sus primeras etapas) puede hablar de fatalidades o de glorias: eso es la excepción; en general las vidas se desarrollan bordeando de vez en cuando algún exceso. Pero sólo de vez en cuando, y sólo algunos.
Carente de cualquier inocencia, Mad Men se apropia de la publicidad, acaso la joya más auténtica de la modernidad, la sube al sitial que merecía en la historia, y con las excusas que siempre encuentran los buenos cuentos, hace posible la explicación de una época como la erudición más o menos académica nunca consiguió.
Fuente: Infonews
Jueves, 21 de mayo de 2015
|