... |
|
Homenaje a un grande del tango A cinco años del adiós a un músico con camino propio El 31 de mayo de 2010 moría Rubén Juárez, a los 62 años. Con Troilo como padrino artístico y una personal inquietud por abrirse paso, dejó una obra que atestigua su talento como cantante, su ductilidad con el bandoneón y el espíritu lúdico que acompañó toda su carrera. No se trataba sólo de su caudal de voz: potente, profundo, con matices. Tampoco de su capacidad para hacer cantar y decir al bandoneón. Rubén Juárez era eso y más: un músico dispuesto a seguir su camino, un carisma de mil y una noches. Murió el 31 de mayo de 2010, a los 62 años, y en el tango y la música popular se abrió un agujero imposible de tapar. Dejó una obra inquieta que ofrece un claro testimonio de su talento como cantante, su capacidad como bandoneonista y un espíritu lúdico que –con aciertos y errores– lo llevó siempre por un camino propio.
Juárez nació en Ballesteros (Córdoba), el 5 de noviembre de 1947. Pero su familia se mudó a Avellaneda, donde creció y empezó a amar al tango. Aprendió bandoneón con un profesor de barrio y a los nueve años ya tocaba en la Orquesta Juvenil del Club Atlético Independiente. Aunque, toda su vida ejercería una pasión sin concesiones por Racing. Mientras tanto, casi a escondidas, despuntaba su vocación de cantor. Tenía talento natural y carácter. Pero hasta entonces nadie imaginaba que alguien pudiera hacer una carrera como cantor y bandoneonista. Años después Juárez pulverizaría ese prejuicio para siempre.
Más allá de algún coqueteo con el rock –bajo el seudónimo Jimmy Williams–, lo suyo era el tango y no tardó en hacerse notar. La llave al medio fue su desembarco en el mítico boliche Caño 14, al que Juárez llegó por recomendación del cantor Horacio Quintana. Logró una aceptación inmediata. En su voz había guiños a su admirado Julio Sosa, pero su musicalidad y variantes rápidamente se desarrollarían hasta consolidar una personalidad distintiva. La grabación del tango "Para vos, canilla" le dio difusión y prestigio. Tanto que el mismísimo Aníbal Troilo –que algo de cantores sabía– lo quiso en su orquesta y al no poder concretarlo por cuestión de agenda asumió el rol de su padrino artístico.
La llave al medio fue su desembarco en el mítico boliche Caño 14, al que Juárez llegó por recomendación del cantor Horacio Quintana. Su carrera e influencia se hicieron grandes durante los 70. Eran tiempos difíciles para el tango: los ecos de la era dorada parecían demasiado lejanos, otros géneros asumían el centro de los gustos populares y en el ambiente se respiraba un clima de repliegue e incertidumbre. Pero Juárez no se detuvo nunca. Grabó con la orquesta de Carlos García, y registró su obra más extendida acompañado alternativamente por las orquestas de Armando Pontier y Raúl Garello.
Desde sus primeros pasos fue buscando un equilibrio entre lo clásico y las nuevas formas. Con el tiempo hasta se acercó al folklore –Las raíces de mi canto (1978), con Roberto Grela–; a formatos más cercanos a la fusión – Piedra Libre (1984), producido por Litto Nebbia–, colaboró con su amigo Cacho Castaña -de ahí el éxito "Café La humedad"–, e impulsó diversos espectáculos de café concert. Sus creaciones más destacadas como compositor son "Mi bandoneón y yo" y "Que tango hay que cantar".
A partir de los 90 su actividad discográfica fue menor. Pero sus performances en vivo seguían resultando electrizantes y cada vez más descarnadas. En 1993 cumplió su sueño y compró el Café Homero, que se hizo su segunda casa más que nunca. En el 2002 editó El álbum blanco de Rubén Juárez, donde se reencontraba con formatos más clásicos del tango pero con su sello inconfundible.
El Juárez crepuscular arrastraba kilos de más, unos cuantos problemas de salud y cierto aire trágico que podría emparentarse al del último Goyeneche. Pero sobre un escenario siempre sacaba lo mejor de sí. A cinco años de su muerte, las noches de Buenos Aires lo siguen extrañando.
Fuente:Infonews
Domingo, 31 de mayo de 2015
|
|
... |
|
Volver |
|
|
|